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"Acción sin daño": la prevención del conflicto de las fundaciones comunitarias

Adrián Hernández

Aldeas de Paz




A lo largo de mi acompañamiento de algunas actividades de fundaciones comunitarias me he encontrado con ciertas preguntas y frases recurrentes: ¿sí será buena idea hacer una asamblea pública para que todas las personas se enteren del programa?, ¿no va a generar más conflicto?, ¿y si decimos de más y generamos ruido?, ¿qué tal si se pelean entre ellos cuando se enteren de todos los detalles? “No nos va a alcanzar el tiempo, ni los recursos. Mejor hacemos un trabajo más práctico, con el grupo que ya conocemos, que ellos convoquen a las personas, algo sencillo”. 


Estas frases expresan la aversión al conflicto de diferentes maneras. Si se generan problemas en una comunidad, los programas de intervención de una fundación podrían colocarse en riesgo. Además, se eleva el grado de incertidumbre y podrían surgir circunstancias que no podemos controlar. No son cuestionamientos exclusivos de las fundaciones, también se los hacen otras organizaciones y funcionarias y funcionarios públicos. Todas aquellas personas que trabajamos con comunidades nos hemos planteado estas preguntas y no siempre tenemos las mismas respuestas.


Y sí, el conflicto social y comunitario es de esos temas de los que se habla y se pregunta poco; a veces por practicidad y falta de tiempo, a veces por temor a incomodar a las personas con las que trabajamos. No es un tema sencillo y generalmente buscamos darle la vuelta. Cuando recién conocemos a un grupo de trabajo o a los liderazgos de una comunidad, es difícil preguntar “buenas tardes, disculpe, ¿y aquí por qué se pelean?” Lo que es un hecho es que tienen un motivo para hacerlo, aunque no siempre se exprese.


Hablar del conflicto tampoco sería un aspecto que resaltar si nuestro paso por una comunidad fuera sólo de visita o turismo. El problema es que cuando se trata de una organización que trabaja con comunidad, ya sea a través de contacto directo con la población (primer piso) o mediante apoyo a grupos/organizaciones (segundo piso), el impacto de sus acciones, aunque sean pequeñas, influyen en las relaciones locales. Tenemos la obligación de afrontar esta situación, ya que podemos ser parte del conflicto, mantenernos al margen o contribuir de forma positiva para poder prevenirlo.


Este enfoque nos ayuda a repensar la planificación de proyectos. En general, sólo se piensa en el impacto positivo, los aportes a las personas beneficiarias, a sus familias y en la cadena de valor socioeconómico donde hay una participación. Sin embargo, no solemos considerar los efectos negativos que nuestras actividades pueden tener. Como dice el dicho popular, pero parafraseado, “a pesar de las buenas intenciones, los trabajadores comunitarios también podemos contribuir a llenar los panteones”. Por lo tanto, es necesario cuidar aquellos aspectos explícitos e implícitos de una intervención social que pueden impactar en las relaciones sociales y comunitarias de una región o localidad para evitar reforzar o incrementar de manera negativa divisiones y tensiones existentes.


Para poder considerar los conflictos y tensiones existentes, se ha desarrollado una metodología que permite entender aquellos factores que unen y dividen a los diferentes grupos sociales, políticos y económicos de una región con el objetivo de entender los elementos en los que se debe enfocar una intervención social al pensar en el conflicto. A la vez, dicha metodología busca identificar aquellos puntos críticos en los que influyen los programas de las fundaciones, tales como los espacios de trabajos, los liderazgos con los que se apoyan, la distribución desigual de los recursos o la emisión de mensajes escondidos dentro de las acciones que pueden beneficiar o perjudicar a algunos grupos comunitarios y regionales.


Dentro de los diferentes impactos no previstos de una intervención, el peor escenario sería influir en la división de una comunidad, aunque se le haya beneficiado en otros aspectos. Aumentar la separación entre grupos y dificultar su comunicación implica la siembra de un terreno fértil para la entrada de grupos ajenos a la comunidad (crimen organizado) y la generación de situaciones de riesgo por violencia que podrían modificar la integridad y el tejido social.


A este enfoque se le ha denominado “acción sin daño”. No es que se haya descubierto el hilo negro en el trabajo comunitario; en realidad, aquellas personas con años de experiencia en el sector tienen las nociones de la “prevención del conflicto” muy interiorizadas y entienden con claridad la relación de su trabajo con el conflicto. Sin embargo, después de acompañar y trabajar con algunas fundaciones comunitarias en el centro del país, hemos desarrollado una metodología enfocada al modelo de “fundación comunitaria” que esperamos pueda servir de inspiración y guía para otras organizaciones e instituciones en nuestra región para incidir positivamente en el tejido social y aportar a la transformación de conflictos sociales y comunitarios.

 

 



 


 

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